En los últimos tiempos el mundo de la moda está viviendo una auténtica revolución. Baile de nombres, apuestas por creadores jóvenes que, aunque desconocidos para el gran público, ofrecen una diferenciación y sugerentes novedades en cuanto a las tendencias a las que imprimen una mayor funcionalidad.
Entre todas las novedades destaca una corriente que pone en VALOR todo el negocio en global, además de la profesión. Consumir y fabricar con ética, con respeto hacia las condiciones laborales de quienes producen esas prendas así como el cuidado del medioambiente. Comprar con principios y aprender a vislumbrar lo que hay detrás de cada prenda que adquirimos.
Así es el Slow Fashion, una corriente que ha dado protagonismo a las marcas que fabrican con materiales de calidad, orgánicos, fabricados localmente, con procesos artesanos y no contaminantes, amén de presentar unas propuestas tranquilas, duraderas en el tiempo y ajenas a los inmediatos cambios de las tendencias.
En definitiva, así es (o debería ser) el futuro de la moda. Una apuesta por el talento vivido como una representación cultural, por la solidaridad, por el cuidado del planeta y por volver a ver nuestras calles ocupadas por comercios que implementan en nuestros armarios prendas hechas con emoción.